Thursday, September 08, 2005

La dama de las tijeras

Vladimir González R.


—Mire usted que no he vendido nada, ando en la calle desde la mañana, ya son las seis de la tarde y no he sacado para mi comida.
—Ay, señora, no tengo dinero. Además yo para qué quiero ahorita una tijera, no me sirve.
—Ándele, no sea malo, mire que ya me quiero ir a mi casa, pero no he vendido nada.
—Señora, gracias, mejor otro día.
La mujer, vieja, algo jorobada, continúa su camino murmurando, quizá mentándome la madre porque no le he querido comprar una tijera. Sus chanclas gastadas protegen poco a sus pies agrietados, sucios, andados. Vuelve a dar otra vuelta al parque para caer en el mismo lugar, frente a mí, que fumo despreocupado un cigarro. Ya nada dice, solamente me ve con cierta tirria, de reojo, y ofrece especias a otro despistado.
—Mire, también traigo comino, clavo, para que le quede bien rica su comida.
—No.
—Cómpreme pues una tijera.
—No.
No le he querido comprar porque no necesito tijeras. No me corto el pelo, no llevo cursos de corte y confección, no me cuido la barba, en fin, no las necesito. Tampoco le quiero comprar especias porque, dirán mis amigas, no cocino ni huevos.
Su pelo es canoso, un poco largo, lacio; usa un vestido sucio, las mismas chanclas y esa bolsa de plástico que parece chistera de donde saca lo mismo tijeras que especias (antes vendía toki). Deambula por las calles de Tuxtla, por los parques; les baja la calentura a los enamorados e impacienta a los plantados. Pero ahí anda, la tía, con la convicción inquebrantable de vender tijeras y especias sin dejar de mentar la madre, quedito, a quien deja en el camino.
No se desanima.
Y hace bien. Porque de lo contrario habrá un día, en su cercana vejez, que llegará como siempre al parque y se encuentre a alguien, el que sea, sentado en una banca con la mirada puesta en la tarde.
—No sea malito, ya me quiero ir a mi casa, tengo hambre.
—No, gracias.
—Traigo clavo, orégano, comino, para que lleve a su casa, los va a ocupar.
—Señora, le he dicho que no.
—Mire usted esta tijera, está bien filosa.
—Sí, ya la vi, pero no la quiero.
Entonces su mirada triste se fijará en los ojos del cliente, empuñará con fuerza la tijera filosa, y se la meterá por el culo.


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mentas: vlatido@yahoo.com.mx

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